Al pasar un barbero bajo un árbol embrujado, oyó una voz que le decía: “¿Te gustaría tener los siete tarros de oro?”. El barbero miró en torno suyo y no vio a nadie. Pero su codicia se había despertado y respondió anhelante: “Sí, me gustaría mucho”. “Entonces ve a tu casa en seguida”, dijo la voz, “y allí los encontrarás”. El barbero fue corriendo a su casa. Y en efecto: allí estaban los siete tarros, todos ellos llenos de oro, excepto uno que estaba medio lleno. Entonces el barbero no pudo soportar la idea de que un tarro no estuviera lleno del todo. Sintió un violento deseo de llenarlo; de lo contrario no sería feliz.
Fundió todas las joyas de la familia en monedas de oro y las echó en el tarro. Pero éste seguía igual que antes: medio lleno. ¡Aquello lo exasperó! Se puso a ahorrar y a economizar como un loco, hasta el punto de hacer pasar hambre a su familia. Todo inútil. Por mucho oro que introdujera en el tarro, éste seguía estando medio lleno.
De modo que un día pidió al rey que le aumentara el sueldo. El sueldo le fue doblado y reanudó su lucha por llenar el tarro. Incluso llegó a mendigar. Y el tarro engullía cada moneda de oro que en él se introducía, pero seguía estando obstinadamente a medio llenar.
El Rey cayó en la cuenta del miserable y famélico aspecto del barbero. Y le preguntó: “¿Qué es lo que te ocurre? Cuando tu sueldo era menor, parecías tan feliz y satisfecho. Y ahora que te ha sido doblado el sueldo, estás destrozado y abatido. ¿No será que tienes en tu poder los siete tarros de oro?”.
El barbero quedó estupefacto: “¿Quién os lo ha contado, Majestad?”, preguntó. El Rey se rió. “Es que es obvio que tienes los síntomas de la persona a quien el fantasma a ofrecido los siete tarros.
Una vez me los ofreció a mí y yo le pregunté si el oro podía ser gastado o era únicamente para ser atesorado; y él se esfumo sin decir alguna palabra. Aquél oro no podía ser gastado. Lo único que ocasiona es el vehemente impulso de amontonar cada vez más. Anda, ve y devuélveselo al fantasma ahora mismo y volverás a ser feliz”.
Anthony de Mello
Fuente:https://www.samaelgnosis.net/revista/ser01/capitulo_13.htm