El elefante encadenado
Cuando yo era un chico me encantaban los circos, lo que más me gustaba eran los animales y mi preferido era el elefante. Durante la función la enorme bestia impresionaba a todos por su peso, su tamaño y su descomunal fuerza; pero después de la actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, uno podía encontrar al elefante detrás de la carpa principal, con una pata encadenada a una pequeña estaca clavada en el suelo.
La estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera, apenas enterrado superficialmente; y aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo, podía arrancar la estaca y huir.
El misterio era evidente: ¿ Por qué el elefante no huía, si podía arrancar la estaca con el mismo esfuerzo que yo necesitaría para romper un fósforo?, ¿ Qué fuerza misteriosa lo mantenía atado?
Tenía 8 años y todavía confiaba en la sabiduría de los mayores, pregunte entonces a mis padres, maestros y tíos, buscando respuesta a ese misterio; no obtuve una coherente. Alguien me explicó que el elefante no escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: y si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna explicación satisfactoria.
Con el tiempo olvidé el misterio del elefante y la estaca, y sólo recordaba cuando me encontraba con personas que me daban respuestas incoherentes, por salir del paso, y un par de veces, con personas que se habían hecho la misma pregunta. Hasta que hace unos días me encontré con una persona, lo suficientemente sabia, que me dio una respuesta que al fin me satisfizo: “el elefante no escapa porque ha estado atado a una estaca desde que era muy pequeño”.
Cerré los ojos y me imaginé al elefantito, con solo unos días de nacido, sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento empujó, jaló y sacudió tratando de soltarse y a pesar de todo su esfuerzo no pudo hacerlo, la estaca era muy fuerte para él.
Podría jurar que el primer día se durmió agotado por el esfuerzo infructuoso y que al día siguiente volvió a probar y también al otro, y al de más allá… hasta que un día, un terrible día, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Dejó de luchar para liberarse.
Todas las personas tenemos grabado en nuestra mente el recuerdo de nuestros fracasos pasados, pensamientos como “no puedo”, “es inútil”, “no saldrá bien”, “eso no es para mí”, “es demasiado difícil”, “no me atrevo”… acuden a nuestra mente con frecuencia. Sin darnos cuenta, muchas veces nos quedamos “atados” a esas experiencias y recuerdos, de forma que perdemos nuestra libertad y nos mantenemos, como al elefante, atados a la estaca.